La saudade del fado tiene mucho en común con la morriña de la bossa nova, más allá de que ambas empleen el portugués. Porque son más de cinco mil kilómetros los que separan Rio Grande dol Norte (Brasil) de Santarém (Portugal), pero escuchando a estas dos artistas, parecen muchos menos. Como en aquel anuncio de las líneas aéreas de Portugal que protagonizó la brasileña Roberta Sá, como avisando de que cualquier día compartiría escenario con la portuguesa Ana Moura. En plena armonía.
Ana Moura es la gran renovadora del fado en los últimos tiempos. Ha vendido más de 300.000 discos desde su debut, hace ya dos décadas. El séptimo y último de ellos, Casa Guilhermina (2022), tiene la virtud de añadir ritmos angoleños (su madre y su abuela eran de allí), y es uno de los más audaces de una carrera a la que si algo no le ha faltado son colaboraciones de relumbrón y reconocimientos de la industria: Rolling Stones, Caetano Veloso, Gilberto Gil y el mismísimo Prince, con quien le unió una buena amistad, trabajaron con ella, y entre sus múltiples premios se cuentan el Amalia Rodrigues, el Globo de Ouro, el World Music del diario Sunday Times o el Premio de la Música Portuguesa.
Roberta Sá es una joven cantante brasileña que lleva también dos décadas editando discos. Siete en total, que juegan a su antojo con la bossa nova, la samba o la música popular brasileña. Fue nominada al Grammy latino en dos ocasiones, en 2007 y 2017, en las categorías de mejor artista revelación y mejor disco de samba. El último de sus trabajos es Sambasá (2022), con colaboraciones de Zeca Pagodinho y Péricles, cuyas canciones acumulan cerca de un millón de reproducciones (en total) en plataformas de streaming como Spotify.
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